Los secretos de los duendes by William Alexander

Los secretos de los duendes by William Alexander

autor:William Alexander [Alexander, William]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-735-404-8
editor: Océano Gran Travesía
publicado: 2014-02-15T00:00:00+00:00


Rownie se deslizó entre la gente. Se movía con rapidez, pero no corría. No quería parecer acelerado. La verdad, no quería parecer nada de nada.

Ésta era una parte más elegante del mercado flotante, un muelle donde la celosía de metal no había perdido ninguno de los vitrales. Aquí se reunían los que vendían cosas más frágiles, rollos de telas y mecanismos delicados —cosas que tenían que estar a salvo de los elementos—. Una barca exhibía animales extraños en jaulas de oro. Los fabricantes de jabón invitaban a los paseantes a oler sus mercancías. Un hombre alto, con ojos pálidos y hundidos, vendía chucherías talladas en hueso. Otra barca mostraba artefactos pequeños e ingeniosos que hacían hermosos movimientos etéreos e inútiles.

Rownie examinaba cada rostro que pasaba a su lado, para ver si descubría a su hermano. Prestaba especial atención a los hombres con barba en caso de que Rowan hubiera decidido pintarse o pegarse una barba falsa para ocultarse. También miró las tripulaciones en la cubierta de las embarcaciones, por si su hermano hubiera decidido alistarse en una de ellas para escapar de Zombay y del capitán de la guardia. Rownie se preguntó si su hermano se embarcaría sin él. Pensar eso le encogió el estómago y trató de desechar la idea.

En el muelle más lejano, río arriba, justo debajo del puente del camino del Violín, estaba atracada una balsa. La carreta de los duendes estaba allí, atada a la balsa.

Patch estaba de pie enfrente de la carreta, con la media máscara puesta todavía y los brazos cruzados al frente. El duende miraba a un hombre flaco y desaliñado con un anzuelo colgado del cuello como amuleto. El hombre pegaba gritos y una muchedumbre se había amontonado para atestiguar el pleito. Rownie se metió entre ellos.

—¡Éste es mi muelle! —gritaba el hombre con voz pedregosa—. ¡Yo monto mi espectáculo aquí!

Patch alzó la ceja tan alto que apareció en su frente por encima de la máscara, que tenía sus propias cejas.

—¿Espectáculo?

—¡Sí! ¡Espectáculo! —respondió el hombre, señalando a Patch con el índice, como si quisiera derribarlo con él—. ¡Un espectáculo respetable, sin máscaras! ¡Me puedo tragar un pez vivo a cambio de cuatro monedas y me trago a cualquier criatura con más de dos patas por cinco monedas! ¿Puedes hacer eso, duende? Apuesto a que no.

El hombre tenía una cubeta con él. Pequeñas alimañas se movían en el interior. Patch se inclinó, tomó un puñado y mostró a la gente un pequeño cangrejo, una babosa y un pececillo de los que se usan como carnada. Primero, lanzó el cangrejo al aire, luego a la babosa y luego al pez. Entonces comenzó a hacer malabares con ellos. Añadió dos cuchillos y los filos relampaguearon en la luz. Con la boca pescó al cangrejo, la babosa y el pez y se tragó a los tres, mientras atrapaba un cuchillo en cada mano.

La multitud lo vitoreó. Rownie aplaudió. El hombre desaliñado, furioso, dio un paso adelante, pero después se fijó en los cuchillos que Patch sostenía con serena indiferencia.



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